En una actualización de sus términos, Adobe se reserva el derecho de analizar —y eventualmente utilizar— cualquier archivo abierto con sus herramientas para alimentar su inteligencia artificial.
En nombre del “progreso”, estamos participando, sin saberlo, en un experimento que podría costarnos nuestros trabajos, nuestra creatividad… y nuestro lugar en la economía. Diseñadores, escritores, programadores, músicos, cineastas, arquitectos: estamos entrenando a nuestro reemplazo. Y lo hacemos con entusiasmo, pagando suscripciones, subiendo obras a plataformas, siguiendo reglas que disfrazan como “términos de servicio”, lo que en realidad es una renuncia masiva a nuestros derechos creativos.
El caso más reciente y alarmante es el de Adobe. La empresa que nos dio Photoshop y PDF, y que convirtió su software en estándar global, acaba de cruzar una línea roja. En una actualización de sus términos, Adobe se reserva el derecho de analizar —y eventualmente utilizar— cualquier archivo abierto con sus herramientas para alimentar su inteligencia artificial. ¿El argumento? “Mejorar productos y servicios”. ¿La consecuencia? Millones de imágenes, videos, diseños, textos, muchos de ellos hechos por encargo o protegidos legalmente, quedan potencialmente expuestos a un sistema que puede aprender de ellos… y replicarlos.
Peor aún: para poder trabajar, debes aceptar estos términos. Así de simple. Un ilustrador que fue contratado para diseñar un personaje no pudo abrir su propio archivo sin aceptar condiciones que podrían violar el acuerdo con su cliente. Un abogado que trabajaba con documentos confidenciales no pudo revisar un PDF sin darle a Adobe el poder de procesarlo. ¿Dónde está el límite? ¿Cuándo dejamos de ser usuarios y nos convertimos en insumos? Y estos dos son solo ejemplos de miles de casos reales que la gente compartió a partir de la decisión unilateral de Adobe.
El modelo es perverso y repetido. Adobe no es el único. En la música, plataformas como Jukebox o Suno entrenan sus modelos con miles de canciones humanas. En el diseño gráfico, Canva automatiza funciones con IA que se alimenta de trabajos previos. En arquitectura, el diseño generativo convierte al arquitecto en un mero parametrizador. En todos los casos, los creativos aportan sin saberlo el conocimiento que después será utilizado para prescindir de ellos. Y nosotros siendo parte activa de ese proceso que terminará en nuestro propio sometimiento.
El patrón es claro: una plataforma domina un sector, convierte su producto en suscripción, acumula millones de obras humanas, cambia términos de uso, entrena modelos y lanza versiones “inteligentes” que ya no necesitan al creador original. En esa lógica, nosotros pagamos por entrenar a la IA que luego será vendida… para reemplazarnos. Hoy es Adobe, Jukebox, Suno o Canva, pero mañana estos casos estarán en los principales aspectos de nuestras vidas.
El problema no es solo técnico, es ético, económico y social. Si millones de personas creativas son desplazadas, ¿Quién pagará impuestos? ¿Quién mantendrá los sistemas de retiro, salud o educación? ¿Qué pasará con el valor simbólico, cultural y económico de la creatividad humana?
Mientras tanto, los dueños de estas plataformas acumulan riqueza y poder, sin pagar lo justo por el entrenamiento que nuestro trabajo está dando a sus plataformas, sin transparentar sus algoritmos, sin ofrecer alternativas reales. Nos dicen que la IA será una herramienta para ayudarnos, pero según casos como el de Adobe, la realidad es que las están diseñando para sustituirnos y acumular más datos, en la época en la que los datos son poder.
A quienes están empezando su carrera en diseño, música, comunicación o tecnología: esto los afecta directamente. No se trata de rechazar el avance, sino de exigir condiciones justas, de proteger nuestros datos y nuestras creaciones, de participar en la discusión pública que definirá si la IA será una aliada o una enemiga. Pero no del tipo de Terminator que nos quiere destruir, sino de un tipo más peligroso, del compañero de trabajo que es amable, pero en realidad está aprendiendo de nosotros porque quiere nuestro puesto.
Y a los gobiernos: si no actúan ahora, cuando estas plataformas aún dependen de nuestra producción para entrenarse, después será tarde. La curva de aprendizaje es exponencial. Lo que hoy parece rudimentario, en dos años será casi perfecto. En cinco, puede dejarnos fuera del juego, incluso a esos gobernantes y burócratas que hoy no están haciendo nada.
El futuro no está escrito. Pero si seguimos aceptando sin cuestionar, firmando sin leer, y usando sin exigir, entonces sí: no solo entrenamos a nuestro reemplazo, lo celebramos.
Enlace: https://www.elfinanciero.com.mx/